La merma de
nuestro patrimonio cinematográfico hasta 1930 es incalculable. Los más
optimistas hablan de un 15% de la producción de aquella etapa que habría
sobrevivido. No menos grave es
la pérdida de una cuarta parte de los largometrajes producidos en España entre
la estandarización del cine sonoro y el año 1954, en el momento en que se
prescinde definitivamente del nitrato como soporte cinematográfico. Los costes
de las reproducciones en soporte de seguridad, las nulas perspectivas de
beneficio empresarial de cualquier película una vez concluido su paso por las
pantallas y la ausencia de una política pública de conservación —hasta 1953 no
se crea la Filmoteca Nacional y, aún entonces, con carácter casi simbólico— son
algunas de las causas de esta pérdida irreparable.
La otra fueron
los incendios en laboratorios y en estudios cinematográficos donde se guardaban
negativos y copias. En su artículo “Los incendios del cine español” Jorge
Martín Neira se interesa, sobre todo, por los ocurridos en barracones y salas
estables durante las tres primeras décadas del siglo XX, pero también dedica
atención a los incendios en laboratorios y estudios, que son los que afectan a
la conservación patrimonial. [Archivos de
la Filmoteca, núm. 38, 2001. págs. 161-172.]
Su repaso arranca
con el incendio de los almacenes de Hispano Films en Barcelona, el 18 de junio
de 1918 —en el que se perdió, por ejemplo, el serial Los misterios de Barcelona (Albert Marro, 1915)—, pero para el
periodo que nos interesa el primer gran incendio ocurrido después de la Guerra
Civil fue el de Cinematiraje Riera. La sucursal madrileña de estos laboratorio barceloneses
fundados por José Riera Mercadé está operativa desde el verano de 1935. [“Progreso
cinematográfico: Cinematiraje Riera inaugura unos laboratorios en Madrid”, en La Época, 13 de julio de 1935. pág. 5.].
Sin embargo, durante la Guerra Civil se encuentra bajo mínimos, dedicado sobre
todo a la gestión de las copias de Filmófono que controla el músico Fernando
Remacha tras la salida de España del productor Ricardo María de Urgoiti. A
partir de 1943 las cosas cambian porque Cinematiraje Riera trabaja para el
noticiario oficial No-Do. Por esta razón, los negativos de los noticiarios producidos hasta el verano de 1945 así como
todo el material incautado por el Departamento Nacional de Cinematografía
durante la contienda, se volatilizaron en el incendio que tuvo lugar el 16 de
agosto de 1945 en las instalaciones de Hermanos Miralles esquina con Juan Bravo.
También desaparecieron los materiales conservados de Nuestra Natacha (Benito Perojo, 1936), una producción de Cifesa que
no había podido estrenarse por los dimes y diretes entre empresas y sindicatos
durante la contienda y la posterior prohibición de la censura. La edición del noticiario en curso, 138-A, y la revista Imágenes núm. 34 no llegan a las salas de estreno, donde era preceptivo su pase al principio de la sesión.
A finales de ese
mismo mes, la dirección del laboratorio hace pública una nota en la que ya
vuelven a estar a disposición de la industria estos laboratorios puesto que el
siniestro “sólo” ha afectado al almacén destinado a archivo de material
impresionado, esto es, los voltios de conservación. [La Vanguardia Española, 31 de agosto de 1945, pág. 2.]
En total quedaron
destruidos 650.000 metros de película, entre los que también se encontraban los
negativos de Filmófono — Don Quintín el amargao (Luis Marquina, 1935), La hija de Juan Simón (José Luis Sáenz de Heredia, 1935), ¡Centinela alerta! (Jean Gremillon,
1936)…— y Cepicsa —Rojo y negro
(Carlos Arévalo, 1942), Correo de Indias (Edgar
Neville, 1942)…—. Ambas compañías fueron indemnizadas en un plazo de quince
días, con lo que se abonaba el motivo para la sospecha de que los materiales
allí conservados no fueran los más oportunos para documentar la historia de la
contienda propia una vez derrotadas las fuerzas del Eje en la II Guerra
Mundial. Un reportero de la revista cinematográfica Cámara recabó información de la casa aseguradora, La Unión y el
Fénix Español y ésta fue la respuesta del responsable:
Sobre este particular nada podemos decirle, ya que desconocemos en absoluto
las causas del mismo. Es el caso que todo estaba en las debidas condiciones
para evitarlo; mas nuestras estadísticas nos demuestran cómo, a pesar de tener,
en la mayoría de los casos, todas las medidas de previsión tomadas, sin saber
por qué el incendio se produce… [L. Soler: “Imponente incendio en Cinematiraje
Riera”, en Cámara, núm. 66, 1 de
octubre de 1945.]
Las declaraciones
del responsable de Cepicsa en este mismo reportaje indican bien a las claras
cuáles eran las prioridades industriales:
No le diré más que el día 16 del pasado agosto ocurrió el siniestro y el
día 31 del mismo mes tenía ya ante la mesa de mi despacho un cheque de 396.000 pesetas,
importe total del valor siniestrado. Lamentable, muy lamentable, el accidente habido.
Mas dentro de la desgracia, como verá usted, las pérdidas no han sido
irreparables. [ibídem.]
En la extinción
del incendio que se produjo en la madrugada del 13 de julio de 1949 en los Estudios
Ballesteros, en la calle García de Paredes, en el madrileño barrio de Chamberí,
resultaron heridos cinco bomberos, uno de ellos muy grave. El fuego se originó
en la sala de proyección, afectó al almacén de equipo eléctrico y destruyó el
plató pequeño. El aislamiento acústico, a base de paja, y los panós de los
decorados ardieron rápidamente. El calor afectó a la estructura metálica y a la
cubierta, que se desplomó. Según Serafín Ballesteros los daños en el
laboratorio y el plató nuevo habrían sido mínimos y se habrían conseguido
salvar los negativos de varias producciones procesadas allí —El escándalo (1943), Mariona Rebull (1947), La mies es mucha (1948), las tres de
Sáenz de Heredia, entre otras…— valorados en veinte millones de pesetas. [ABC, 14 de julio de 1949, pág. 23.]
Marcando una
pauta que luego seguirán otras empresas, Ballesteros publica una nota dos días
después, elogiando el comportamiento del Cuerpo de Bomberos, minimizando los
daños y asegurando que
ninguna instalación ni aparatos fundamentales han sufrido daños, [así que] ya
se han reanudado los trabajos normalmente en el nuevo plateau. Los laboratorios, talleres, montaje y otras instalaciones,
así como el resto de los inmuebles, no han sufrido daños. [La Vanguardia Española, 15 de julio de 1949.]
Se pudo retomar,
sí, el trabajo en Treinta y nueve cartas
de amor, cuyo rodaje se había visto interrumpido, pero Serafín Ballesteros fue
incapaz de sanear sus cuentas una vez realizados los gastos de reconstrucción.
Las
cámaras de
No-Do registraron el incendio de Madrid Film ocurrida el 1 de agosto de
1950. La
explosión y el consiguiente incendio se produjeron hacia las siete de la
tarde
y destruyeron materialmente las instalaciones sitas en el número 45 de
la calle
Diego de León. A las once sólo quedaban escombros y los bomberos
intentaban
sofocar otros focos en los edificios adyacentes, en uno de los cuales
tenía su vivienda Enrique Blanco, el director de los laboratorios que, a
la sazón, se hallaba de vacaciones en Málaga. La edición 397-A de No-Do abre con el reportaje titulado “Noticia de un siniestro”. No se conserva el sonido pero en
la imagen se puede ver a los bomberos trabajando al amanecer entre los
escombros humeantes. En el edificio contiguo el fuego continúa activísimo. Dos
víctimas son conducidas hacia las ambulancias. Varias personas rescatan latas
de celuloide y las apilan en la acera.
Así relataba el
diario ABC las causas del siniestro
en una estancia acondicionada para el almacenamiento de película virgen
destinada al tiraje de copias:
Uno de los departamentos, de puerta metálica, paredes de ladrillo
refractario y ventilación automática, guardaba película virgen en cantidad
considerable. Este material de peligrosa y rápida combustión, produce gases
originados por la celulosa, y el calor aumenta, lógicamente, esta emanación.
Posiblemente, la fuerte temperatura de ayer, al igualar el calor del interior
de la cara con el del exterior paralizó los ventiladores. La presión de los
gases, sin salida suficiente, originó la combustión de la película virgen. [ABC, 2 de agosto de 1950, pág. 13.]
Al parecer, el incendio fue rapidísimo. Apenas se había dado la voz de alarma cuando se produjo la primera explosión, que hirió
a diecinueve personas y ocasionó la muerte de dos. Uno de los fallecidos fue el
capitán de Infantería Santiago Pérez Oviedo, que se hallaba en las
instalaciones con el teniente Ernesto Fernández García montando un documental
sobre el Regimiento de Saboya. Sin embargo, las pérdidas en vidas humanas, con
ser las más graves, no fueron las únicas. El apoderado de la empresa minimizaba
las pérdidas materiales aduciendo que buena parte de los negativos destruidos
pertenecían a producciones anteriores a 1936, aunque añadía, a renglón seguido
que
los negativos de algunas películas muy conocidas y de las que son
propietarias diversas casas productoras de Madrid, han quedado destruidos. [Ya, 2 de agosto de 1950.]
Entre los negativos destruidos estaba el de Sangre en Castilla (Benito Perojo, 1950), recién terminada, y las últimas tomas, que hubo que repetir, de Agustina de Aragón (Juan de Orduña, 1950) y Balarrasa (José
Antonio Nieves Conde, 1951). Entre los materiales históricos
sucumbieron numerosos negativos de Cifesa y Rey Soria Films. Las
pérdidas se estimaron en cientos de millones de pesetas, lo que iba a
suponer un grave problema para la satisfacción de los correspondientes
seguros. Ante las informaciones de que las compañías de seguros no
cubrían a los laboratorios, el Sindicato Nacional del Seguro hizo valer
las indemnizaciones que se habían pagado a los damnificados por los
incendios de Cinematiraje Riera y Ballesteros, y las trarifas aprobadas
por la Dirección General de Seguros, de modo que si Madrid Film no
estaba cubierto era debido a que no había renovado su contrato.
Los laboratorios
Madrid Film habían sido fundados en 1910 por el operador Enrique Blanco y pervivieron
con ese nombre hasta principios del siglo XXI en el Parque del Conde de Orgaz,
cuando fueron adquiridos por Technicolor que, finalmente, desmanteló los trenes
de revelado fotoquímico a consecuencia de la conversión al digital por parte de
la industria.
El 4 de julio de
1959 se produce un incendio en Laboratorios Arroyo, fundados en 1926 por el
operador Alberto Arroyo, antiguo socio de Enrique Blanco. Su primera ubicación estuvo
en la calle Fuencarral, 138, pero a principios de 1945 se traslada frente al
Parque del Oeste, en el número 54 del Paseo de Rosales. Aún conserva entonces
un voltio donde se almacenan nitratos, tanto fotografiados por el titular —Un alto en el camino (1941) o La hija del circo (1945), dirigidas
ambas por Julián Torremocha— como las procesadas a partir de esa fecha por
productoras como la abracadabrante Sagitario Films, regida por el ex general de
las SS Johannes Bernhardt. A las once de la noche se produjo una explosión en
el edificio que rompió todos los cristales y derribó tabiques y la techumbre,
afectando también a la finca colindante. Según la prensa, el incendio pudo ser
ocasionado por alguna chispa eléctrica que inflamara los gases desprendidos por
el calor propio de las fechas. En esta ocasión no hubo víctimas. [ABC, 5 de julio de 1959, pág. 99.]
A las once de la noche de un día de intenso calor, la temperatura ambiente
hizo estallar unas películas, derribando el local donde eran manipuladas. Por
simpatía, explotó también el almacén (en total se produjeron tres grandes
explosiones), seguido de un violento incendio en el que de milagro no hubo
víctimas. Además del importante archivo, se quemaron más de doscientas copias
de películas preparadas para su proyección en distintas salas de Madrid, algunas
de las cuales todavía no habían sido estrenadas. [Jorge Martín Neira: “Los
incendios del cine español”, en Archivos
de la Filmoteca, núm. 38, 2001. págs. 169.]
Como en el caso
de Cinematiraje Riera, también se han propalado sospechas del carácter
intencionado del incendio que terminó con la actividad de los estudios Orphea
Film en 1962. Se habían inaugurado tres décadas antes en las instalaciones del
Pabellón de la Química de la Exposición de Barcelona de 1929 y ya habían
sufrido un incendio a principios de 1936, lo que ocasionó algunos retrasos en
la producción de María de la O
(1936). El siniestro de 1962 ha adquirido carácter simbólico, por serlos de Orphea Film los primeros estudios habilitados
para el rodaje de cine sonoro en España y por concluir su andadura en un
momento en el que el modelo de producción en el que basaba su rentabilidad ha
tocado a su fin. No obstante, desde el punto de vista patrimonial los daños no
fueron graves puesto que los propietarios de las instalaciones, Daniel Aragonés
y Antonio Pujol, lo eran también de los laboratorios Cinefoto y Fotofilm SAE,
de modo que en Montjuich sólo había material de trabajo.
Todas estas
catástrofes, provocadas o no, siguen siendo sólo una parte del problema. La
incuria de productores y derechohabientes más preocupados por la explotación de
sus productos que por la conservación de las obras no ha hecho sino agravarse
con la conversión de la industria al digital.